martes, mayo 10, 2005

Calle sin salida

Pense que me seguiría el juego hasta el final, como tantas veces, sé que me vio salir de su departamento después que deslice el sobre amarillo por debajo de su puerta, sé que ella en el fondo lo esperaba, esa gran capacidad lúdica que la sorpredía tanto y que la enamoró una tarde de Mayo, pero veo que no ha cambiado nada, su coraje pesa menos que su alma y me deja abandonado frente a la casa de Mann, con todos los deseos arrugados en mi mano, con toda mi voluntad de volver a amarla sin egoísmos y encontrar aquella felicidad que nos incendió el alma durante tanto tiempo. Mann esta detrás de esa puerta, esperando que lo salvemos, aguardando sentado que entremos abrazados y sonriendo una vez más y le digamos que ya llegó la hora de salir de su escondite, de su cruel condena de setenta y siete años. Abro nuevamente el sobre y despliego la hoja pequeña que D leyó minutos antes y que ahora la vuelvo a leer yo. La nota dice toda la verdad sobre Mann, sobre nosotros dos y sobre la muerte de dos amigos que fueron también amantes y que a partir de ahora serán invisibles el uno para el otro para el resto de sus malditas vidas, al igual que Hector Mann.
K.

domingo, mayo 08, 2005

La prueba

Mientras íbamos por la carretera en dirección al pueblo, era imperativo que mis gestos no demostraran nada, que la canción que sonaba en mi cabeza ocultara mi duda sobre él. En el fondo yo sabía que la dirección a la que íbamos era una pista falsa y que S también estaba en conocimiento de eso, pero necesitaba corroborarlo. Ansiaba saber su reacción después de que el sobre amarillo que asomaba de su chaqueta la noche en que nos reencontramos, volviera a sus propias manos.

Justo cuando mi espalda aprisionaba el respaldo de la silla y las nubes a través de la ventana oscurecieran todo dentro de mi departamento, sentí un pequeño ruido casi imperceptible en medio del silencio. Hace dos noches que S volvió a aparecer en mi vida después de cinco años. Exactamente dos noches que una particular escena volvió a mi memoria más nítida que nunca: sus brazos tomando los míos y la historia de su búsqueda resonando en mis oídos. Esa escena en que casi con fuerza me obliga a ayudarlo, sus brazos se alzan nerviosos y mis ojos se fijan en un sobre amarillo asomándose del bolsillo interior de su chaqueta. El mismo sobre amarillo que vi deslizar hace un par de horas debajo de mi puerta, justo veinte segundos antes que S saliera de mi edificio y mirara hacia mi ventana nervioso y casi ocultándose. Exactamente el mismo sobre que contenía la dirección de un pueblo en las afueras de la ciudad y que guardé en mi abrigo mientras cerraba todo y salía rápido hacia su casa.

Una ráfaga de recelo me inundó entera, pero no era una señal para desistir, sino todo lo contrario. Era un indicio para seguir adelante y aceptar el desafío, la confrontación. El personaje inmutable se apoderaba de mí incapaz de entender por qué S jugaba conmigo de esa forma, pero decidí ser cómplice en esta mentira y llevarla hasta el final, o al menos hasta saber toda la verdad.

Tarareo una canción de Rice que me encanta, trato de controlar mis nervios y mi perplejidad ante la alegría de S al verme aparecer en su casa con ese sobre y la dirección de Mann. Acelero de vez en cuando porque siento que esta agonía se vuelve más larga de lo que presupuesté. Cuando el camino se vuelve de tierra, miro a S un par de segundos y algo en mí se llena de tristeza y soledad, como si intuyera que estamos en una fase del juego donde él me estaba probando a mí. Estoy furiosa, pero no lo quiero demostrar. Sólo mis manos tomando su rostro y besando casi con rabia sus labios es mi señal. Espero que él la entienda, que termine la farsa de una vez por todas y decida confiar en mí. Arranco el auto después de casi empujarlo hacia fuera y verlo atónito frente a mi huida. Sólo se marca su figura en la entrada de la casa, a cuatro pasos de tocar la puerta y preguntar por Mann. Sus jeans gastados se ocultan en la nube de tierra que dejo atrás cuando decido acelerar y dejarlo solo.
C.

Vueltas

D giró bruscamente el volante a la derecha después de ver de improviso un gigantesco cartel metálico que dice Carretera Sur 141, precisamente la única que empalma con la 22 que nos llevará directo a San Vicente, un pequeño pueblo que está a las afueras de San Diego. La miro y le pregunto que si está segura que Hector esta allí, ella calla, no habla, sólo se muerde los labios, golpea suavemente con sus dedos la palanca de cambio, siguiendo espontáneamente el ritmo de un alternativo cantante irlandés de apellido Rice. El motor ruge, nos comemos el asfalto, son las siete de la tarde y el sol comienza a caer como una naranja madura sobre el horizonte. Esa es la hora preferida de ella, parece transformarse, transfigurarse cuando el crepúsculo impone su corto reinado sobre el cielo, la llena de energías, la hace crecer en agallas.

Me fumo el tercer Kent desde que me subí a su descapotado negro. Desconozco si de verdad tiene la punta de la hebra, la certeza de dónde va; está hermética y me comienza a poner nervioso su autismo.

Damos tantas vueltas como rata en laberinto. Frena fuerte frente a una casa de color azul, me toma la cara con sus manos y me besa los labios con rabia y me dice luego que baje del auto, que corra hasta aquella puerta y pregunte por Hector Mann, que exija que me dejen verlo, que diga mi nombre y que le entregue el sobre amarillo que guarda ahora con cuidado en el bolsillo de mi camisa.

Le digo que no entiendo, que siento que está jugando otra vez conmigo. D me empuja hacia abajo, cierra la puerta desde adentro y acelera, se pierde entre el ruido y el humo que dejan sus ruedas. Yo quedo ahí, en el limbo, entre la incertidumbre y la salvación. Parado, con los brazos colgando inertes a mis costados, como si fuera un títere de carne dependiendo de un Dios en siesta. Clavado como una estaca en la vereda, frente a esta casa azul y un baño de perplejidad pintado en mis ojos.
K.

domingo, mayo 01, 2005

Almuerzo de Domingo

Hola C, tengo la mesa servida, hoy es domingo y tenemos 3 hermosos soles que iluminan todos los rincones de nuestro planeta. Afortunadamente fui precavido y traje ese frondoso árbol del planeta azul que nos entrega toda la sombra necesaria para que podamos conversar y comer toda la tarde.
Quiero partir por un brindis. Es nuestro primer domingo aquí y es bueno que hagamos sonar las copas, tu con vino blanco favorito y yo con el rojo.

K: ¿Qué es lo que más te gusta de nuestro planeta?
C: :¿Seguro que es nuestro primer domingo aquí? Creo intuir que ya nos conocíamos de algún lado, pero pueden ser sólo tus ojos y cómo me miras. Lo que más me gusta es que exista. Me lo imagino como una hoja en blanco que comienza a mostrar los bordes de un dibujo, uno que me comienza a gustar.
K: A mi también me gustan esas cosas, bueno casi todas las que tu dices. Pero dime algo más. ¿Recuerdas algún almuerzo familiar que halla sido muy especial, que te marcara?
C: Familiar ninguno. Recuerdos desayunos especiales. Recuerdos copas a medio llenar, música, a oscuras, sólo iluminados con la luz que viene de la calle.
K: ¿Hace cuanto tiempo que no te invitaban a almorzar a un lugar tan propio y lejano al mismo tiempo?
C: Mucho. La última vez fue hace mucho, pero sólo queda en mi memoria un puente, un idioma italiano, nubes en el cielo, abrigos negros y nada más.
K: Bueno, pero es suficiente, esto parece un interrogatorio, ¿qué tal si tú también me pregunta cosas?....vamos mi querida C, colócame contra la pared.
C: ¿Nuestro planeta es el primero en órbita después de vivir un tiempo en la tierra? Y por qué decidiste hacerlo tan especial y diferente?
K: Definitivamente es el primero y te puedo asegurar que será el último, este lugar lo hice por tí y para tí. Tú originaste la necesidad de lenvantar este plano planeta. No suelo repetir las cosas, jamás compartiría un lugar así con alguien más.
C: Me lo imaginaba. A propósito, me gustan los interrogatorios, cierto tipo. Es algo así como unas ganas intensas de saber; unos deseos que no conocen descanso. ¿Qué te gustaría saber de mí?
K: Me gustaría saber si habías experimentado una obsesión similar por otra persona bajo estas mismas circunstancias.
C: ¿Y qué más?
K: ¿En que lugar se encuentra tu pieza azul en la tierra?...¿Hacia donde tiene vista tu ventana?..Norte, Sur, Este, Oeste?
C: Exactamente lo mismo que me estaba preguntando sobre ti. Es extraño, pero no sé cuánto tiempo llevo aquí y, la verdad, no me importa. Creo que aquí el sol es más duradero que en la tierra. Pienso que la noche tardará algo en llegar. Hasta ahora ¿el almuerzo va como lo planeabas?
K: Es mucho mejor de lo que había imaginado. Es que sólo el hecho de que estés aquí lo completa todo.
C: ¿Crees tú? Ven y siéntate a mi lado en el suelo. ¿Qué es exactamente lo que

ves?
K: Claro, estoy seguro de eso. Gracias, me encanta sentir el calor de tu cuerpo. ¿Ya te fijaste que este suelo es muy blando?...es como estar sentado sobre un enorme plumón. ¿Si dependiera solo de tí, te gustaría que este planeta y todo lo que tenemos aquí fuera eterno? ¿Seremos capaces de mantener esto para siempre, después que descubramos más sobre nosotros?
C: Definitivamente. Y tú ¿qué piensas?



miércoles, abril 27, 2005

Cinco años

I

No puedo concentrarme en nada desde ayer y no tengo idea por qué decidí aceptar ayudarlo. Ahora que lo pienso, sólo quiero arrancar de este departamento, salir por ahí y perderme; hablar con J, decirle que es posible que lo de nosotros no funcione, que quizás tenga que irme algún tiempo, que debo hacer algo, que no me haga preguntas, que me espere. Vago por el departamento casi arrastrando los pies, sentándome de vez en cuando y comprobando en el espejo del baño que estas horas sin dormir ya me están haciendo daño, que las palabras que salieron de su boca ayer no me van a dejar más tranquila. Sé que puedo negarme, inventar alguna mentira para no acompañarlo, pero mi cabeza sólo da vueltas con la imagen de él hace cinco años, con la escena en que los diálogos se topan, se hieren y concluyen fríos.
La alarma del reloj me avisa otra hora, miro por la ventana y compruebo que está nublado. No puedo decirle que no. No esta vez.
C.

II

Miro fijamente el teléfono, hace más de una hora que no le quito las pupilas de encima y nada, D sigue ausente. ¿Me llamará o simplemente tocará el timbre para contarme que ya tiene otra pista por donde comenzar a buscar a Hector?. Ojalá sea lo segundo e intente sacarme de esta asfixia que siento. Se viene a mi memoria aquel día de Agosto, hace cinco años atrás más o menos, cuando yo estaba enamorado de ella y le pedí que fuéramos novios. D calló y me dijo que mejor me fuera a casa y que más tarde me llamaría. Nunca llamó. Estuve horas frente al teléfono, como ahora, pero fue en vano, la respuesta que quería jamás cayó en mi oído.

La tarde está tapada de nubes negras, hace frío y mi lengua sigue seca tal como hace una hora atrás.

Suena el timbre, bajo las escalas torpemente, abro la puerta y la veo erguida frente a mi. D me extiende la mano y me dice que ya sabe donde encontrar a Hector, que esta vez confíe en ella, que no me dejará solo otra vez. Sonrío levemente mientras mis pulmones liberan la tensión. Tiemblo y siento que la vuelvo a amar otra vez.
K.

martes, abril 26, 2005

Dos días

I

Cuando lo dijo, no quise escucharlo; me imaginé una broma de mal gusto, algo que terminaría apenas yo me riera y saliéramos de ahí. Pero nadie siquiera sonrió cuando me llevó a la habitación, cerró la puerta con llave y lanzó esas intrigantes palabras en mi oído. Quería que lo encontrara, siguiera su rastro, lo volviera a la vida. Quise empujarlo, recuperar la llave y salir corriendo, no porque no deseara saber quién era realmente Hector Mann, sino porque sabía que eso se terminaría convirtiendo en una obsesión, mi obsesión. Le respondí que lo pensaría, que necesitaba tiempo para ordenarme, para saber qué dejaba atrás si lo hacía. Abrió al fin la puerta, dio tres pasos y se devolvió hacia mí. Se fijó en mis botas mientras su mirada subía hasta clavarse en mi cara; nuevamente se acercó y dijo con su voz decidida y firme que debía cuidarme, que otros han intentado encontrar a Hector Mann pero han terminado desapareciendo. Si quería hacer este trabajo bien, debíamos hacerlo juntos. Mientras se alejaba hasta puerta de salida sus palabras sólo me advertían que nos quedaba sólo un par de días para dejar todo y partir.
C.

II

Desde que llegó ese e-mail mi vida cambió radicalmente. El mensaje era breve y trataba en síntesis que este año Hector Mann cumplía finalmente sus 77 años de ausencia y condena y que yo era el elegido, el único que podía rescatarlo de verdad y devolverlo a la vida, que ni personajes de novelas nuevas, ni escritores famosos podían sacarlo del agujero que lo dejó esa extraña pócima que bebió en el caluroso set California Picture en su última película del año 1928.
Pude haber dejado pasar ese mensaje de auxilio como un spam más o una broma ridícula, pero no puedo, algo me dice que esto es trascendental para seguir viviendo. No sabía por donde partir, como iniciar una ciega búsqueda, así que contraté a los mejores investigadores privados. Fue inútil, después de algunos meses ellos también has desaparecido. Sus oficinas están vacías, sus celulares apagados y el tiempo se agota. Estaba tan solo que lo único que me quedaba era recurrir a una antigua amiga periodista. Me dio la impresión que ella tenía el criterio, la habilidad y temple necesario para tener éxito en esta misión desesperada. Faltan dos días para que se cumpla el plazo que Héctor me fijó en el mensaje y siento que si no consigo hallar y rescatar a este anónimo actor moriré con él o tal vez desapareceré durante siete décadas también. Tengo una infinita angustia y cometo el constante error de transmitírselo a mi noble y leal amiga, a tal punto que hace pocos minutos interrumpí una reunión con amigos, la tomé del brazo, la encerré en una de las habitaciones y la presioné ingratamente para que intentara por todos los medio encontrar de una buena vez a Héctor. El tiempo expira y ella es lo único que me queda. La única que nos puede salvar a ambos.
K.

Nuestro primer árbol


He traído un árbol del aquel planeta azul que llaman Tierra. Voy hacer un agujero con la fuerza de mis manos y dejaré el espacio perfecto para que sus enormes raíces entren y crezcan tanto que con el tiempo puedan atravesar todo nuestro diminuto planeta. El nombre del árbol lo desconozco, solo sé que entrega unos frutos rojos del porte de un corazón y que tienen sabor dulce y suave. Lo colocaré justo sobre nuestra mesa para que nos regale sombra mientras conversemos largamente en silencio, como es nuestra costumbre.
K.

El principio de todo

Las cosas estaban mal cuando Hector Mann apareció en nuestra vida. No teníamos idea quién era, nunca habíamos encontrado con una alusión a su nombre, pero una noche, poco antes que empezar el invierno, cuando los árboles se habían quedado finalmente desnudos, vimos un fragmento de sus películas antiguas, y nos hizo reír. Eso quizás no parezca importante, pero era la primera vez que nos reíamos desde hace mucho tiempo, y cuando notamos que aquel inesperado espasmo nos subía por el pecho, comprendimos que aún no habíamos tocado fondo. De principio a fin la risa no pudo haber durado más de dos segundos; no fue especialmente estentórea ni sostenida, pero nos pilló de sorpresa.

Durante aquellos momentos, nos vimos obligados a concluir que dentro de nosotros había algo que anteriormente no imaginamos, algo distinto de la pura y simple muerte. No eran intuiciones vagas o una patética nostalgia de lo que habría podido ser. Realizamos un descubrimiento empírico que llevaba consigo todo el peso de una prueba matemática. Si conservabámos la capacidad de reír, es que no estábamos completamente insensibilizados. Significaba que el muro que habíamos puesto entre el mundo y nosotros no era lo bastante grueso como para impedir que algo se filtrase.
C.